Disfunciones sexuales en general
Hablaremos en este capítulo de los trastornos sexuales que pueden afectar en la relación más frecuente. Algunas de estas causas son físicas. Es necesario un chequeo médico, ginecológico para la mujer, y urológico o andrológico para el hombre, como primera medida ante cualquier trastorno sexual.
Algunas disfunciones sexuales
Contenido
Si no aparece ninguna causa física, y la persona con disfunción no toma ningún medicamento o sustancia que pueda interferir la sexualidad, tendremos que buscar la causa en el llamado órgano sexual por excelencia: el cerebro.
Causas psicológicas: Fracasos de la pareja en cuanto a establecer una conducta satisfactoria para ambos.
Casi siempre son las mismas. Cualquier disensión o problema entre los miembros de la pareja tiene su reflejo en la actividad sexual. Algunas de las dificultades son propias de uno de los miembros de la pareja. Otras, son propias de los dos. Los más frecuentes son: Ignorancia sexual.
Es debida, casi siempre, a fallos educativos. También puede ser debida a limitaciones en cuanto a inteligencia. Algunas de las ignorancias son apoteósicas. He visitado en mi consulta a una pareja de recién casados que intentaban la penetración ¡por el ombligo! (no lo lograron, gracias a Dios). Otros que, una vez introducido el pene en la vagina, esperaban respetuosamente, y en total quietud, la avenencia del orgasmo (lo que venía era la impotencia y la decepción). He tenido una chica que buscaba afanosamente su clítoris en los alrededores del ano. Y otra, a la cual su novio le dijo: “Como que soy muy religioso te penetraré por el ano, que así el pecado es sólo venial” (y el dolor mayúsculo, a las primeras de cambio). La ignorancia se puede referir a desconocimientos anatómicos y fisiológicos, a la diferente respuesta hombre – mujer que antes hemos explicado, acerca de los cambios debidos a edad (algo hemos dicho) y a los frecuentes mitos acerca de la sexualidad: orgasmo mutuo, tamaño del pene, orgasmo vaginal… también comentados en páginas anteriores.
1. Puede ser debida a ansiedades o culpas inconscientes. Las personas educadas en ambientes represivos, con exceso de prohibiciones en cuanto a sexualidad, pueden identificar el sexo como “algo sucio” durante toda su vida. Uno de mis clientes me comunicó que, en su educación, el órgano sexual femenino le fue explicado por su madre como algo “sucio, eminentemente asqueroso, maloliente”, algo así como una cloaca de la que debería huir. No fue homosexual por milagro, pero durante toda su vida tuvo graves problemas para gozar del sexo. Se casó y tuvo cinco hijos, pero jamás sintió placer junto a su esposa, a la cual quería sinceramente. En cambio, sí gozaba con prostitutas, hacia las cuales no sentía amor ni respeto, y a las que veía como “más normales” en cuanto a juguetear con las “partes sucias”. Con ellas, hacer “cosas sucias” era “normal” y no quedaba bloqueado por el respeto debido a la santa esposa.
2. Hostilidad inconsciente. Si entre la pareja existe alguna forma de hostilidad, ningún momento mejor para reflejarlo que en la cama.
La hostilidad puede ser debida a luchas de poder, frecuentes en parejas jóvenes (y no tan jóvenes). Cada uno intenta demostrar al otro quién manda y, más sutilmente, quien propone y quien acepta. Este tipo de juegos se expresan de forma decidida en el momento de la relación sexual. Uno (o una) puede “no tener nunca ganas”, o sentir jaquecas hacia la noche, o estar con un gran cansancio.
También es posible que la hostilidad sea debida a un proceso de transferencias. Un hombre educado en su infancia por una madre posesiva y castradora, puede “transferir” su hostilidad hacia la figura de su mujer. En tal caso la tratará como a una “madre bruja”, y “se vengará” de las humillaciones recibidas en la infancia, entre otras maneras, con el desprecio sexual.
La máxima expresión de la hostilidad es el sabotaje sexual. Por ejemplo, hacerse repulsivo para frustrar los deseos sexuales del compañero. Una señora llena de rulos, o un señor con los pies cantando, tiene muy poco atractivo sexual. Personas hay que acentúan tales características desagradables con la intención de descorazonar al oponente desde el primer minuto de juego.
El llamado don de la inoportunidad también va en este sentido. He aquí un clásico: una mujer que, cada vez que su marido insinúa un contacto, se acuerda de que debe levantarse para poner una lavadora. Los más exquisitos, inician la relación para pararla al poco tiempo: “Dejémoslo. No funciona.”
Las decepciones contractuales también son causa de hostilidad. Recordemos que, cuando hablábamos de “pactos” (Capítulo 1), concluíamos con que estos eran uno de los pilares en que se asentaba la pareja. Si uno de los miembros, o los dos, se sienten decepcionados en cuanto a los pactos (contratos no escritos), pueden manifestar su decepción a través del sabotaje sexual. No digamos si la decepción se refiere a una actividad sexual concreta. Es fácil frustrar los deseos sexuales del miembro opuesto, negándose a una determinada relación sexual (“No, con la boca no”) con la única finalidad de recalcar un rechazo o una falta de colaboración.
La presión y tensión, desplegada en el momento justo, cumple también esta finalidad. Se trata de “sacar un tema espinoso”, de esos que siempre se acaban en pelea, en el momento justo de iniciar una aproximación sexual.
Evitación inconsciente de una sexualidad satisfactoria
1. Puede ser debida a ansiedades o culpas inconscientes. Las personas educadas en ambientes represivos, con exceso de prohibiciones en cuanto a sexualidad, pueden identificar el sexo como “algo sucio” durante toda su vida. Uno de mis clientes me comunicó que, en su educación, el órgano sexual femenino le fue explicado por su madre como algo “sucio, eminentemente asqueroso, maloliente”, algo así como una cloaca de la que debería huir. No fue homosexual por milagro, pero durante toda su vida tuvo graves problemas para gozar del sexo. Se casó y tuvo cinco hijos, pero jamás sintió placer junto a su esposa, a la cual quería sinceramente. En cambio, sí gozaba con prostitutas, hacia las cuales no sentía amor ni respeto, y a las que veía como “más normales” en cuanto a juguetear con las “partes sucias”. Con ellas, hacer “cosas sucias” era “normal” y no quedaba bloqueado por el respeto debido a la santa esposa.
2. Hostilidad inconsciente. Si entre la pareja existe alguna forma de hostilidad, ningún momento mejor para reflejarlo que en la cama.
La hostilidad puede ser debida a luchas de poder, frecuentes en parejas jóvenes (y no tan jóvenes). Cada uno intenta demostrar al otro quién manda y, más sutilmente, quien propone y quien acepta. Este tipo de juegos se expresan de forma decidida en el momento de la relación sexual. Uno (o una) puede “no tener nunca ganas”, o sentir jaquecas hacia la noche, o estar con un gran cansancio.
También es posible que la hostilidad sea debida a un proceso de transferencias. Un hombre educado en su infancia por una madre posesiva y castradora, puede “transferir” su hostilidad hacia la figura de su mujer. En tal caso la tratará como a una “madre bruja”, y “se vengará” de las humillaciones recibidas en la infancia, entre otras maneras, con el desprecio sexual.
La máxima expresión de la hostilidad es el sabotaje sexual. Por ejemplo, hacerse repulsivo para frustrar los deseos sexuales del compañero. Una señora llena de rulos, o un señor con los pies cantando, tiene muy poco atractivo sexual. Personas hay que acentúan tales características desagradables con la intención de descorazonar al oponente desde el primer minuto de juego.
El llamado don de la inoportunidad también va en este sentido. He aquí un clásico: una mujer que, cada vez que su marido insinúa un contacto, se acuerda de que debe levantarse para poner una lavadora. Los más exquisitos, inician la relación para pararla al poco tiempo: “Dejémoslo. No funciona.”
Las decepciones contractuales también son causa de hostilidad. Recordemos que, cuando hablábamos de “pactos” (Capítulo 1), concluíamos con que estos eran uno de los pilares en que se asentaba la pareja. Si uno de los miembros, o los dos, se sienten decepcionados en cuanto a los pactos (contratos no escritos), pueden manifestar su decepción a través del sabotaje sexual. No digamos si la decepción se refiere a una actividad sexual concreta. Es fácil frustrar los deseos sexuales del miembro opuesto, negándose a una determinada relación sexual (“No, con la boca no”) con la única finalidad de recalcar un rechazo o una falta de colaboración.
La presión y tensión, desplegada en el momento justo, cumple también esta finalidad. Se trata de “sacar un tema espinoso”, de esos que siempre se acaban en pelea, en el momento justo de iniciar una aproximación sexual.
Ansiedad sexual
La Ansiedad sexual es otra de las frecuentes causas de fracaso en cuanto a una relación placentera. Entre sus múltiples formas citaremos las siguientes:
1. Una preocupación excesiva por el rendimiento. Las preguntas que se hace uno a sí mismo en estos casos son: “¿sabré satisfacerle?”, “¿durará la erección?”, “¿llegaré a tener orgasmo?”, etcétera. Poco a poco se intensifica el temor al fracaso, que puede actuar como un auténtico bloqueo erótico. Esto es especialmente intenso en los casos de impotencia sexual masculina, en los que se desata una brutal ansiedad anticipatoria, El hombre aquejado de esta ansiedad incurre en el llamado rol del espectador, consistente en que deja de ser protagonista de su relación sexual para hacerse espectador de sí mismo: “¿podré? ¿conseguiré la erección? ¿la mantendré?”
2. Pensamientos que distraen acerca de qué está sucediendo. Este tipo de pensamientos son semejantes a los citados en el párrafo anterior, pero se refieren a problemas distintos del temor al fracaso. Ideas erróneas acerca de la pareja, por ejemplo. Pensar en el temor a un posible embarazo. Etcétera. Todo ello crea una incapacidad para disfrutar del propio momento, que, al fin y al cabo, es lo único que mantiene el goce sexual.
3. Necesidad excesiva de complacer al compañero (temor a ser rechazado). Se convierte el sexo placentero en un sexo exigente (muchas veces autoexigente). No es que el otro demande o critique, sino que uno mismo se plantea objetivos que no se siente capaz de conseguir. Pensar obsesivamente que la otra persona no disfruta de la relación, por ejemplo, encubre la idea de que uno mismo no es capaz de complacerle. Aparecen, a menudo, pensamientos de culpa en relación al compañero; preguntas angustiadas acerca del otro (“¿le estaré decepcionando? ¿se le estará cansando la mano?…)
4. Dificultad para comunicarse. Lo antedicho encubre, las más de las veces, el fracaso de la pareja para comunicarse abiertamente, sin sentimientos de culpa, acerca de sus deseos, sentimientos, respuestas y necesidades. ¿Cuántas parejas son capaces de intercambiar abiertamente los sentimientos y experiencias sexuales? Ello es debido a la educación constrictiva habitual en nuestra sociedad, que estimula la hipocresía sexual y oculta la realidad sexual (con lo que una gran cantidad de personas manifiestan una deletérea ignorancia acerca de dicha realidad). La pareja acaba viviendo con una gran cantidad de sobreentendidos, sin dialogar acerca de ellos. No se habla claramente acerca de lo sexual, y las críticas sexuales, por razonables y suaves que sean, se convierten en ataques despiadados (o despiertan en el otro agresivas defensas).
Causas centradas en la relación con la pareja
Hay causas que afectan a la relación específica con la pareja concreta. La más frecuente es el rechazo del compañero, bien por baja compatibilidad física o mental, bien por hostilidad recíproca. No hace mucho visité a un cliente que no se excitaba con su mujer porque, según el, “no tenía el culo lo suficientemente gordo”. Es baladí decir que, a mi cliente, le apetecían los culos gordos. Se había casado con ella porque la consideraba muy buena chica, pero jamás le había atraído sexualmente de forma significativa. Al tiempo de casarse, la excitación sexual del caprichoso marido caía bajo cero cuando avistaba el trasero, según él escurrido, de su esposa.
La incompatibilidad mental es otra causa invocable. Incluso los tribunales eclesiásticos la admiten como causa de anulación, a condición de que uno de los cónyuges carezca de una cualidad psicológica que el otro, antes de decidir el casorio, había supuesto existente y considerado como fundamental. En otras palabras, si una chica, antes de la boda, pensaba que su futuro marido era un ser generoso y desprendido, y ella consideraba que ser generoso y desprendido era cualidad fundamental para acudir al sacramento, puede invocar la carencia de generosidad y desprendimiento (o sea, que después de casarse descubrió que él era un rácano) para que su matrimonio sea declarado nulo por quienes de eso entienden.
De hecho, también las incompatibilidades físicas no advertidas, u ocultadas antes de la ceremonia nupcial, pueden ser causa de nulidad. Por ejemplo: si en el caso anterior del adorador de culos inmensos, su mujer hubiese calzado pantys rellenos de algodón para simular un mejor aditamento glúteo, el maniático podría haber invocado esta superchería para acceder a la nulidad eclesiástica. Ventajas que no tienen los descreídos que se casan solamente por lo civil.
Ni que decir tiene que si uno se siente decepcionado del otro, acerca de su carácter o de sus valores, ello es una causa de peso en cuanto a explicar inhibiciones sexuales.
Tratamientos
Hay tantos como escuelas psicológicas. Nuestra actitud, en cuanto a los problemas sexuales, es seguir las pautas clásicas de las clínicas Masters y Johnson, con las modificaciones aportadas por Helen Singer Kaplan. Son los autores más importantes acerca de terapias sexuales. Los primeros, Masters y Johnson, describieron por vez primera en la historia la realidad acerca de la fisiología sexual. A partir de sus estudios, clásicos sobre el tema, desarrollaron un método de tratamiento de la incompatibilidad sexual, realmente soberbio. La segunda, directora del Programa de Educación y Terapia Sexual del Hospital de Nueva York, supo adaptar las técnicas de Masters y Johnson al trabajo en centros ambulatorios y de orientación familiar.
Tales métodos se basan en la búsqueda rápida de un alivio en cuanto a los síntomas, a partir de la modificación de las causas inmediatas.
Ello exige, en primer lugar, detectar cuáles son las causas del problema, entre las anteriormente citadas. Las más de las veces será necesario un aprendizaje de las técnicas. sexuales adecuadas, en lo que debe intervenir la pareja al completo. La práctica sexual es monitorizada por los terapeutas, que se entrevistan con la pareja regularmente para comprobar sus avances y efectuar el análisis de las dificultades subsiguientes. Las dificultades sirven para captar aspectos que no habían sido percibidos, y para trabajar en su resolución.
Mecanismo básico de la acción terapéutica: Modificación del sistema sexual destructivo
Se trata de regenerar la relación sexual, como una parte de la relación global de la pareja. Si las causas están en procesos psicológicos profundos, muy corrosivos si se ha dejado pasar tiempo, una primera fase del trabajo exigirá el abordaje de los aspectos psicológicos subyacentes.
El trabajo sexual, propiamente dicho, lo basamos más que nada en el establecimiento de los siguientes “instrumentos” :
1. Técnicas no exigentes. La relación sexual debe ser agradable y divertida. Cualquier exigencia la cortaremos de raíz. Ello se refiere tanto a las exigencias de uno sobre el otro, como a las autoexigencias (las de uno sobre uno mismo).
Uno de nuestros objetivos es conseguir una comunicación abierta entre los miembros de una pareja. comunicación abierta quiere decir sin agresividad, sin reservas mentales, sin sobreentendidos, sin silencios…
Para ello es vital la actitud del terapeuta o de los terapeutas. Muchas veces es interesante que los terapeutas sean dos (técnica de los coterapeutas) hombre y mujer, que puedan ser aceptados sin trabas por ambos miembros de la pareja.
2. Focalización sensorial. La focalización sensorial es una técnica de redescubrimiento de relaciones táctiles satisfactorias, en base a la no exigencia y al cariño generoso de cada uno de los miembros de la pareja con respecto al otro. Fue descrita por Masters y Johnson, más o menos en la siguiente forma:
Se dan instrucciones a la pareja, en el sentido de que uno de los miembros, pongamos el hombre, va a permanecer en forma pasiva mientras su compañera le acaricia. Echado el varón, desnudo, en cama, su compañera va a acariciarle en forma suave, tierna y cariñosa, sin buscar necesariamente la excitación sexual. Le acariciará de la cabeza a los pies, excluyendo al principio las zonas genitales. No se trata de excitarle sexualmente, sino de transmitirle afecto y cariño a través de la relación táctil. Las caricias se efectuarán con la mano, con los labios o con el cuerpo. Es importante que el sujeto “pasivo” oriente al otro acerca de qué le gusta y cómo le gusta. Se trata de ir redescubriendo los “focos sensoriales” del cuerpo, en los que la relación se va haciendo más profunda en cuanto a la intercomunicación.
Después, los papeles se invierten: la mujer va a colocarse en plan “pasivo” y el hombre realizará las caricias, también excluyendo los senos y genitales en una primera fase.
¿De qué sirve esto?
Básicamente, la focalización sensorial es una forma de relación no exigente (no se busca la excitación ni el orgasmo), que persigue simplemente la comunicación y las “buenas vibraciones” en una situación semejante a las que acontecen en las primeras fases de noviazgo en la mayor parte de las parejas (caricias, besos, sin llegar a mayores).La focalización sensorial es una técnica multiuso, que es útil siempre que la situación sexual de la pareja ha quedado contaminada por malentendidos, frustraciones o ansiedades. Como veremos en el capítulo siguiente, su empleo es factible en la mayor parte de trastornos de la relación sexual entre parejas.
Licenciatura en Psicología, Universitat Oberta de Catalunya.
Título de experto en Terapia Cognitiva, Universitat Ramon Llull.
Formación específica en Hipnosis Clínica, Gabinet mèdic i psicològic Dr. Romeu.
Licenciatura en Ciencias de la Información, Publicidad y RRPP, Universitat Ramon Llull.