¿Cómo es la respuesta sexual de varón?
El hombre suele tener una respuesta sexual fácil. Sea por naturaleza, o por cultura, siempre ha estado mejor aceptada la respuesta sexual de los hombres («ya se sabe») que la de las mujeres. En un delicioso libro del Dr. Santiago Dexeus, editado (rigurosamente para médicos) en la década de los sesenta, cuyo título era «La frigidez femenina», aparecía la entrañable frase de una abuela a su nieta, el día de la boda: «A ti esto no te va a gustar. Pero si te gusta…¡disimula!».
Era doctrina habitual adiestrar a nuestras madres acerca de que «el placer sexual solamente lo sienten las mujeres ligeras de cascos, o sea, putas».
Con los hombres existía, y existe, una mayor liberalidad. Se admite que un hombre tenga «aventuras», pero se le juzgará como «manso» y «cornudo» si quien las tiene es su esposa (que, por otra parte, será calificada como «pingo» o cosas peores). Si un hombre va de putas con frecuencia, se le etiquetará de «putero», expresión más cariñosa que despreciativa. Algunos presumen de ello. Un personaje de novela (Las Hermanas Coloradas, de García Pavón, premio Nadal) blasonaba con orgullo: «Aquí donde me ve, yo soy muy putero».
En los libros sociológicos sobre el sexo aparece el dato de que el 90 por ciento de los varones se masturba, en tanto que es menor el número de mujeres que lo hace (alrededor del 66 por ciento).
El hombre reacciona sexualmente con viveza, rapidez, y pocas contemplaciones. No necesita grandes estímulos psicológicos. Prefiere los estímulos claramente sexuales. La visión de una mujer empelotada (para un varón heterosexual) suele ser fuente de excitación, aunque la mujer no sea totalmente de su agrado. Mientras no sea repulsiva, basta. Una mujer, en cambio, necesitaría estímulos psicológicos (lo veremos más adelante).
Cuando alguna de mis consultantes me pregunta algo así como «¿Qué puedo hacer para interesar sexualmente a un hombre?» mi respuesta es obvia, y un poco cruda: «Colócate a su lado, mírale con una sonrisa pícara, y coloca tu mano dominante sobre su bragueta. Verás (y tocarás) qué pronto se interesa.» Uno de los más brillantes escritores pornográficos de finales del siglo pasado, el belga Pierre Louys escribe en su venenoso «Manual de educación para señoritas»: «Si quieres seducir a un hombre, coloca un terrón de azúcar en la punta de su pene, y chupa cuidadosamente hasta derretirlo.» Pocos hombres se resisten a este tipo de sutilezas.
El hombre mejora su estado de ánimo cuando se excita sexualmente. A menos que esté con una grave depresión mejora su humor en el momento en que advierte la posibilidad de un contacto sexual. De ahí que, en la vida de pareja, intente acabar las discusiones y disputas con un lance de cama. Lo cual suele irritar a su oponente femenino, para quien la excitación es imposible si el estado de humor no es perfecto.
¿Cuál es el comportamiento de un hombre excitado?
Contenido
El estado de ánimo del hombre se intensifica durante la excitación sexual. Sus comportamientos y acciones pueden ser influenciados por esto.
Fases de la respuesta
Estudiaremos las fases de la respuesta sexual del hombre.
Cuando el hombre se encuentra ante un estímulo sexual, rápidamente se excita. Bien sea en solitario o en compañía, con estímulos de pensamiento, visuales, o táctiles, la excitación aparece en pocos segundos. En su cuerpo se producen una serie de cambios. El más evidente es la erección del pene, pero no es el único. Aparecen contracciones musculares en las zonas adyacentes a los genitales, algunas de ellas voluntarias y otras involuntarias. Los testículos van hacia arriba, al tiempo que se engruesa la piel de la bolsa que los recubre (el escroto). Empieza también a acelerarse el ritmo cardíaco y a elevarse la presión arterial.
Esta fase puede alargarse, mientras no se produzcan caricias directas sobre el pene. Cuando éste es sometido a las pertinentes presiones, sacudidas y zarandeos, se llega rápidamente a un máximo que ya no va a variar hasta llegar al orgasmo: es la fase siguiente, de meseta.
Durante esta primera fase, y sin actuar directamente sobre el pene, el hombre es capaz de mantener la excitación y dedicarse al «juego sexual» de besos, caricias y masajes, que debe preludiar al acto sexual. Aunque el hombre, en esta fase, se excita mucho y muy rápido, debe pensar que la mujer necesita más tiempo y, sobre todo, un clima agradable y unas actitudes del hombre que le transmitan afecto y cariño.
Fase de excitación
Cuando el hombre se encuentra ante un estímulo sexual, rápidamente se excita. Bien sea en solitario o en compañía, con estímulos de pensamiento, visuales, o táctiles, la excitación aparece en pocos segundos. En su cuerpo se producen una serie de cambios. El más evidente es la erección del pene, pero no es el único. Aparecen contracciones musculares en las zonas adyacentes a los genitales, algunas de ellas voluntarias y otras involuntarias. Los testículos van hacia arriba, al tiempo que se engruesa la piel de la bolsa que los recubre (el escroto). Empieza también a acelerarse el ritmo cardíaco y a elevarse la presión arterial.
Esta fase puede alargarse, mientras no se produzcan caricias directas sobre el pene. Cuando éste es sometido a las pertinentes presiones, sacudidas y zarandeos, se llega rápidamente a un máximo que ya no va a variar hasta llegar al orgasmo: es la fase siguiente, de meseta.
Durante esta primera fase, y sin actuar directamente sobre el pene, el hombre es capaz de mantener la excitación y dedicarse al «juego sexual» de besos, caricias y masajes, que debe preludiar al acto sexual. Aunque el hombre, en esta fase, se excita mucho y muy rápido, debe pensar que la mujer necesita más tiempo y, sobre todo, un clima agradable y unas actitudes del hombre que le transmitan afecto y cariño.
Fase de meseta
En el momento en que el pene recibe la adecuada ración de fricciones (manuales, bucales, vaginales, o lo que sea) el hombre pasa a la fase de meseta. La intensidad de la excitación se mantiene más o menos estable, llevándole al orgasmo antes o después.
Esta fase, en el hombre, suele ser corta, dependiendo de la excitación. Es difícil alargarla, aunque no imposible con el debido entrenamiento.
Quienes sufren eyaculación precoz, con menos de 1 minuto de fase de meseta, lo pasan mal en relaciones de pareja, porque después de la eyaculación desciende totalmente la excitación (fase de resolución) y se entra en un periodo (refractario) en el que es imposible la reactivación.
El caso contrario, la eyaculación retrasada, también resulta una molestia. En esta situación el hombre tarda y tarda en alcanzar el orgasmo, y, más deuna vez, ve disminuir su erección al cabo del tiempo sin haber alcanzado la fase final.
Hablaremos de todo ello más adelante. Por ahora nos centraremos en esta fase de meseta, en la que aparecen los siguientes cambios corporales:
Erección del pezón, sí, del pezón, de la tetilla. Muchos hombres no se dan cuenta de esta circunstancia. Tampoco muchos habrán apreciado otro cambio curioso: aparición de un enrojecimiento corporal, desde los muslos hasta el cuello, que empieza al final de esta fase de meseta y que culmina durante el orgasmo.
Muchos músculos (faciales, abdominales, del tórax) se contraen involuntariamente, aunque en algunos momentos el hombre incrementa voluntariamente las contracciones, tensando los músculos para obtener una mayor excitación. Uno de los músculos que normalmente se tensa de forma voluntaria es el esfínter del ano.
La velocidad del corazón aumenta con taquicardia de hasta 175 pulsaciones / minuto. La presión arterial sigue subiendo, hasta 8 puntos la máxima y 4 la mínima. Un hombre que estaba a 14 / 8, puede llegar en esta fase de meseta hasta 22 /12.
El pene aumenta el tamaño de su circunferencia en la región de la corona del glande. Los testículos también incrementan su tamaño en un 50 por ciento, así como su elevación.
Fase de orgasmo
Cuando se acerca la explosión final, el enrojecimiento del cuerpo, desde los muslos hasta el cuello, está bien desarrollado. El orgasmo va precedido por la sensación de que no es posible parar, y aparecen a continuación las contracciones para expulsar el semen, en tres o cuatro efusiones. Muchos músculos se contraen involuntariamente, y algunos llegan al espasmo. En el recto aparecen también abundantes contracciones.
El ritmo respiratorio, normalmente de 20 ventilaciones por minuto, puede llegar a doblarse hasta 40. El ritmo cardiaco puede llegar a 180 pulsaciones por minuto, y la presión arterial llegar a un aumento de hasta 10 puntos la máxima y 5 la mínima. El caballero cuya presión arterial era de 14 / 8, puede llegar hasta 24 / 13.
En este momento es factible que un hombre con dificultades cardíacas haga una angina de pecho, o incluso un infarto de miocardio. Resulta curioso que, en estos casos, la percepción del dolor provocado por una angina de pecho depende de las emociones que esté deparando la relación sexual.
Una angina de pecho es debida al cierre parcial de una arteria coronaria, que deja con poca sangre (y, por tanto, con poco oxígeno) al músculo que mueve el corazón. Si la falta de oxígeno durase el tiempo necesario para que el músculo dejase de funcionar y «muriese», se produciría un infarto. Si el problema dura poco tiempo y, después, la arteria coronaria deja pasar otra vez la sangre necesaria, el dolor de la angina de pecho desaparece y el paciente se recupera. El dolor (de una angina y de un infarto) es terrorífico, y quienes lo han sufrido lo describen como la presión de unas tenazas inmensas aplastando por completo su pecho, al tiempo que sienten la enloquecedora inminencia de la muerte.
Pues bien. Hace poco se descubrió una curiosa situación. En un Hospital de París investigaban a un grupo de pacientes varones, con anginas de pecho en situaciones de esfuerzo. A todos ellos se les colocó un aparato (llamado «holter») que registra el electrocardiograma de forma permanente, las veinticuatro horas del día, y que graba la información en unos disquetes que luego permiten evaluar cómo se ha comportado el corazón en distintas situaciones de esfuerzo.
Muchos de ellos padecían anginas de pecho en el momento de realizar el acto sexual, especialmente durante el orgasmo. El «holter» medía la intensidad y la duración de cada angina, de forma totalmente objetiva.
Algunos de los pacientes, los más picarones, poseían amante además de esposa, con lo que los actos sexuales quedaban repartidos entre una y otra. Y ahí viene lo curioso: los que sufrían anginas de pecho durante el cumplimiento con sus santas, explicaban unos dolores terribles y la sensación de muerte total. En cambio, si las anginas aparecían durante el alborozo con su querida, las explicaban como irrelevantes y desdeñables.
Pero el «holter» decía lo contrario: las anginas conyugales se veían mucho menos graves, en el electrocardiograma, que las acontecidas en situación de infidelidad, las cuales se revelaban como sumamente intensas.
En otras palabras: la observancia del débito sexual con la propia esposa suministraba mucha menos excitación que el deleite con la fulana, y, por tanto, era menos peligrosa. Pero… la sensación de dolor y sufrimiento era mucho mayor en las primeras situaciones que en las segundas.
De ahí que los cardiólogos recomienden a sus clientes anginosos la castidad, o, como máximo, el moderado esparcimiento que procura la rutina conyugal en la mayoría de las parejas. Las expansiones son más dolorosas, pero mucho menos peligrosas.
Las conclusiones son algo decepcionantes en cuanto a la fidelidad. Bien harán las parejas estables en cuidar la variedad y calidad de sus holganzas y apasionamientos, lo que produce más riesgo de anginas, pero menos en cuanto a aburrimientos y adulterios.
Fase de resolución
El pobre varón queda fuera de combate tras el orgasmo. Así como el orgasmo de la mujer deja a ésta con una sensación de arrobo e inclinación al mimo y a la ternura, el orgasmo masculino deja a su protagonista con la sensación de trabajo bien hecho y merecido descanso. Dicen algunos hombres maliciosos que lo mejor del orgasmo viene después, cuando uno se da la vuelta y duerme.
La resolución de la excitación se produce en forma brusca. Cualquier contacto con el pene, antes apetecido, ahora resulta incómodo y moderadamente doloroso. Los pezones se aplanan, el enrojecimiento desaparece, y la respiración deja de ser jadeante para pasar a calmada. Lo mismo cabe decir del acelerón cardíaco y de la subida de presión arterial.
El pene baja cabeza, en dos fases. En la primera, de pocos segundos, pierde el 50 por ciento de su tamaño grande. En la segunda, de varios minutos, va disminuyendo su orgullo hasta llegar a la fase de arruga propia de los periodos de tregua.También la piel del escroto vuelve a su textura inicial perdiéndose la congestión y el engrosamiento.
Tras esta rápida fase de renuncias, aparece la peculiaridad más engorrosa del varón: el periodo refractario.
Periodo refractario
En esta fase el hombre no puede ser excitado, ni con las artes de Mesalina. El periodo refractario es un lapso de tiempo durante el cual, cualquier aproximación sexual es percibida como irritante. El hombre puede estar meloso y mustio, pero pocas cosas más. Muchas veces se duerme sin pensarlo dos veces. Otras veces aprovecha para lavarse, fumar, o, simplemente, para vestirse y volver a su casa.
El periodo refractario es de duración variable según la edad y el entrenamiento. A los 15 años, por ejemplo, no dura más de dos minutos. A los sesenta, puede durar varias horas, o días.
Las mujeres no tienen periodo refractario, a ninguna edad. Ello provoca no pocos malentendidos. Habida cuenta de que ellas están sumamente soñadoras y amorosas tras un orgasmo, esperan similar comportamiento en su compañero. Nos tachan de patanes e indelicados cuando nos ven de capa caída y con cara de duelo. Si los hombres no conocemos las diferencias, podemos deducir que las mujeres son unas pesadas y que, después del orgasmo, deberían respetar el cansancio del guerrero y su merecido reposo.
Solamente el conocimiento de estas diferencias permite el acoplamientoreal de las parejas, evitando las frustraciones y desengaños atribuibles a causasnaturales, y no a la mala fe de unos y otras.
Licenciatura en Psicología, Universitat Oberta de Catalunya.
Título de experto en Terapia Cognitiva, Universitat Ramon Llull.
Formación específica en Hipnosis Clínica, Gabinet mèdic i psicològic Dr. Romeu.
Licenciatura en Ciencias de la Información, Publicidad y RRPP, Universitat Ramon Llull.