Mareos en viajes
El control de nuestra posición es medido en varios lugares de nuestro cuerpo. La vista nos informa de si estamos rectos o torcidos en relación a lo que nos rodea. La tensión de los músculos, especialmente los del cuello, nos informa de si estamos torcidos o no en relación a lo que sería normal en nuestro cuerpo. El aparato vestibular, una especie de nivel de burbuja de aire que tenemos colocado detrás de los oídos, toma nota y advierte de las variaciones de posición en relación al plano horizontal y al vertical.
Cuando los tres sistemas de aviso están de acuerdo, no pasa nada. Pero si uno de ellos «engaña», el cerebro se hace un lío y pone en marcha mecanismos inadecuados de compensación.
Por ejemplo: si damos vueltas sobre nosotros mismos, provocamos un exceso de movimiento del líquido contenido en los «niveles de burbuja de aire» del aparato vestibular. Al pararnos, el líquido sigue moviéndose y nuestra percepción es de que las cosas giran a nuestro alrededor. Es la misma sensación que las gentes perciben en las montañas rusas y en otros elementos de tortura, diseñados por probables adoradores de Satanás, que abundan en ferias y parques de atracciones.
Si alguien está en tensión muscular, bien por una lesión en sus cervicales, bien por ansiedad, sus tensos músculos informarán al cerebro de una postura que no se corresponde con la realidad. Más embrollo para el pobre cerebro que, buscando compensar lo que cree una mala postura, provoca en el ansioso sujeto la inestable sensación de que trastabilla y se desplaza hacia uno u otro lado.
Si la vista es la que engaña, más de lo mismo. Cuando vamos en avión siempre conservamos la posición en relación a los asientos y al suelo (a menos que demos volteretas o que hagamos el pino, lo que no es el caso). Más complicaciones para el cerebro, que recibe informaciones dispares. En algunos parques de atracciones (y en algunos museos de ciencia) existen las «casas magnéticas» donde los elementos de decoración están colocados, con una luz muy baja, falseando la perspectiva y encubriendo que el suelo tiene una inclinación de unos 30 grados. El cerebro, engañado por la vista (que percibe la falsa perspectiva como real y el suelo inclinado como perfectamente plano) hace que los usuarios de tan solazante ingenio den con sus huesos en el suelo y rueden por la pendiente (¡qué divertido!) como premio a la integridad de sus mecanismos para el control de la posición.
El mareo de los viajes se produce por el exceso de movimiento que excita el aparato vestibular. Si se va en un vehículo que acelera y desacelera, y que bandea de un lado a otro, las posibilidades son mayores. La sensibilidad varía en cada persona. Las más sensibles, sin que se sepa muy bien el por qué, sufren una broma de su cerebro que, alarmado por el movimiento, da órdenes al centro del vómito del bulbo raquídeo para que desaloje violentamente el contenido gástrico.
La vomitona es precedida de bostezos, náuseas, respiración rápida, ansiedad, palidez, sudoración fría y sensación de atontamiento.
Si la persona se fija en el horizonte en movimiento, si en el vehículo hay mala ventilación (no digamos si entran gases, humo, vapores…) y si la persona está nerviosa, el ataque está asegurado.
La palabra «mareo» procede de «mar». Pero este tipo de mareo se produce también en automóviles, aviones, trenes, y por balanceo (por ejemplo, en los columpios).
No existe un tratamiento eficaz, una vez sobrevenido el mareo. Lo mejor es efectuar una prevención, buscando los puntos de menor movimiento. También los medicamentos antimareo (consulte a su farmacéutico) son eficaces, tomados una hora antes del viaje y repitiendo, si conviene, en caso de viajes prolongados.
Licenciatura en Psicología, Universitat Oberta de Catalunya.
Título de experto en Terapia Cognitiva, Universitat Ramon Llull.
Formación específica en Hipnosis Clínica, Gabinet mèdic i psicològic Dr. Romeu.
Licenciatura en Ciencias de la Información, Publicidad y RRPP, Universitat Ramon Llull.