Orientación sexual
La homosexualidad no consta como «trastorno mental» en las clasificaciones más empleadas: el ICE-X de la OMS y el DSM-IV de la Sociedad Americana de Psiquiatría (APA). Desapareció del DSM en 1973, al aceptar que la homosexualidad es más un estilo de vida alternativo que un estado psicopatológico.
La prevalencia se supone alrededor del 5% para los hombres, y del 1% para las mujeres.
Existen estudios acerca de una base biológica de la homosexualidad. Los datos más relevantes son:
- Niveles más bajos de andrógenos en hombres homosexuales.
- Incremento de hormona luteinizante tras la inyección de estrógenos.
- Mayor concordancia en gemelos monozigóticos.
- Marcador genético en la mitad inferior del cromosoma X.
Ninguno de estos hallazgos está contrastado y replicado en estudios distintos de los que desarrollaron sus autores.
Tanto la APA como la Sociedad Americana de Psicología han difundido sendos comunicados en los que sus socios se comprometen a no considerar la homosexualidad como enfermedad, ni a incurrir en ningún tipo de práctica destinada a modificar la orientación sexual de las personas.
Cuando nos metemos en el berenjenal de hablar acerca de conductas «anormales», debemos definir primeramente qué entendemos por normal, y qué entendemos por anormal.
«Normal» y «anormal» pueden expresar diferentes cosas, según las personas que lo manejen. Pasa como con el concepto de «verdad», que también puede ser muy subjetivo. A menos que se trate de hechos incontrovertibles, cualquier acto susceptible de ser interpretado da lugar a opiniones distintas, a diferentes «verdades» y a diferentes «normalidades» según quien sea el intérprete, y según cuales sean sus ideas.
Veamos cuales son los conceptos más frecuentes de normalidad:
- Normalidad convencional: También llamada, según los autores, normalidad a priori, prefijada, establecida, concertada, etcétera. Es la normalidad «decretada», bien por las leyes, por las costumbres, por los preceptos éticos o por quien disponga de poder para decretar normalidades. Los límites de la normalidad convencional son variables, según sociedades, culturas o épocas. La homosexualidad pederástica (mariconerías con niños, vaya) en varones, por ejemplo, era bien vista en la Grecia clásica. Hoy en día los pederastas son perseguidos con saña, hasta cuando se comunican a través de Internet.
- Normalidad estadística: Es la más cómoda. Lo que haga el 66 % de una población, se considera normal. Es una «normalidad» útil para materias poco comprometidas: nadie se enfada si le dicen que su inteligencia es normal. En asuntos más peliagudos, la normalidad estadística puede ser un arma de dos filos. Una estatura «normal» puede ser un desastre para una adolescente que quiere ser modelo. En cuestiones sexuales, no hay quien se aclare, en parte porque no hay estudios estadísticos actualizados, y rigurosos, acerca de qué es estadísticamente normal en cuanto a comportamientos de esa naturaleza. Saber si algo es «normal» o «anormal» desde el punto de vista estadístico, requiere que se hayan efectuado los pertinentes estudios estadísticos y sociológicos acerca de ese algo.
- Normalidad funcional: Lo que funciona bien, es normal. Este tipo de normalidad es la que se emplea, por ejemplo, en medicina. Puede ser diáfana en cuestiones concretas y muy orgánicas, como es el funcionamiento del hígado. Pero puede llevar a discusiones similares a las que plantea la «normalidad convencional» cuando se trata de decidir que significa «funcionar» bien en cuestiones mentales y, no digamos, sexuales. ¿Qué es «anormal»?
«Anormal» es lo que no es «normal». Para saber a qué atenernos, cuando alguien dice de algo que es anormal, debería explicar muy claramente qué entiende por normal, y qué concepto de «normalidad» emplea.
La palabra «anomalía» es sinónima de anormalidad. Ambas palabras proceden del mismo vocablo griego (anomalos «irregular»).
«Anomalía» es una palabra que parece más culta que «anormalidad», y es la que se ha empleado, hasta la saciedad, para definir conductas sexuales «anormales».
¿Es la homosexualidad una conducta normal o anormal?
Contenido
Cuando nos metemos en el berenjenal de hablar acerca de conductas «anormales», debemos definir primeramente qué entendemos por normal, y qué entendemos por anormal.
«Normal» y «anormal» pueden expresar diferentes cosas, según las personas que lo manejen. Pasa como con el concepto de «verdad», que también puede ser muy subjetivo. A menos que se trate de hechos incontrovertibles, cualquier acto susceptible de ser interpretado da lugar a opiniones distintas, a diferentes «verdades» y a diferentes «normalidades» según quien sea el intérprete, y según cuales sean sus ideas.
Veamos cuales son los conceptos más frecuentes de normalidad:
- Normalidad convencional: También llamada, según los autores, normalidad a priori, prefijada, establecida, concertada, etcétera. Es la normalidad «decretada», bien por las leyes, por las costumbres, por los preceptos éticos o por quien disponga de poder para decretar normalidades. Los límites de la normalidad convencional son variables, según sociedades, culturas o épocas. La homosexualidad pederástica (mariconerías con niños, vaya) en varones, por ejemplo, era bien vista en la Grecia clásica. Hoy en día los pederastas son perseguidos con saña, hasta cuando se comunican a través de Internet.
- Normalidad estadística: Es la más cómoda. Lo que haga el 66 % de una población, se considera normal. Es una «normalidad» útil para materias poco comprometidas: nadie se enfada si le dicen que su inteligencia es normal. En asuntos más peliagudos, la normalidad estadística puede ser un arma de dos filos. Una estatura «normal» puede ser un desastre para una adolescente que quiere ser modelo. En cuestiones sexuales, no hay quien se aclare, en parte porque no hay estudios estadísticos actualizados, y rigurosos, acerca de qué es estadísticamente normal en cuanto a comportamientos de esa naturaleza. Saber si algo es «normal» o «anormal» desde el punto de vista estadístico, requiere que se hayan efectuado los pertinentes estudios estadísticos y sociológicos acerca de ese algo.
- Normalidad funcional: Lo que funciona bien, es normal. Este tipo de normalidad es la que se emplea, por ejemplo, en medicina. Puede ser diáfana en cuestiones concretas y muy orgánicas, como es el funcionamiento del hígado. Pero puede llevar a discusiones similares a las que plantea la «normalidad convencional» cuando se trata de decidir que significa «funcionar» bien en cuestiones mentales y, no digamos, sexuales. ¿Qué es «anormal»?
«Anormal» es lo que no es «normal». Para saber a qué atenernos, cuando alguien dice de algo que es anormal, debería explicar muy claramente qué entiende por normal, y qué concepto de «normalidad» emplea.
La palabra «anomalía» es sinónima de anormalidad. Ambas palabras proceden del mismo vocablo griego (anomalos «irregular»).
«Anomalía» es una palabra que parece más culta que «anormalidad», y es la que se ha empleado, hasta la saciedad, para definir conductas sexuales «anormales».
¿Que es natural?
¿Es, o puede ser, la homosexualidad «natural»?
«Natural», in puribus, quiere decir «perteneciente a la naturaleza», pero es una palabra con muchos otros significados. Por ejemplo: hijo adulterino («hijo natural»); espontáneo, llano, sincero («es natural, habla con naturalidad»); sencillo, sin lujo ni ceremonia («los trató de forma muy natural»); no extraño ni raro («es natural que esto ocurra»); no censurable ni condenable («su conducta fue la natural en estos casos»); normal («es natural que haga frío en invierno»); propio («la dureza es natural en la piedra»); instintivo («es natural retirar la mano ante el fuego»); nacido en el país, indígena («es natural de Dinamarca»); carácter, manera de ser («es de natural bondadoso»); etcétera.
Es frecuente que ignorantes embrolladores manejen el vocablo como sinónimo de «normal», pero aludiendo a la primera acepción («perteneciente a la naturaleza»). En cuanto a conductas sexuales, los defensores de lo»natural» pueden hallarse en todas las facciones. Desde quienes predican que lo único «natural» es la procreación pura y dura, hasta los que designan como»natural» cualquier modo de solaz, basándose en que nada puede haber más»natural» que la forma de fornicar propia de los animales y de los sujetos de las hordas primitivas.
Otros subversivos de lo «natural» son esos cretinos que nos dicen que «hay que hacer vida natural», pero que no renuncian al coche, a los bolígrafos, al teléfono o al preservativo de caucho sintético. Son también esos que reniegan de cualquier píldora, y que cantan las virtudes «naturales» de las plantas (por mí, pueden prepararse infusiones de acónito o de cicuta, bellas plantas las dos, y zamparse cuantas amanitas faloides encuentren por el campo). Son, en fin, los que claman contra los abrigos de piel de foca en tanto calzan zapatos de cuero (será que las vacas son hijas de peor madre que las focas).
La llamada «ley natural», de «natural», nada. Es un invento de Sócrates, filósofo griego empeñado en que todo quisque pasase por la piedra de una regla de conducta que él definía como universal y razonable. Su discípulo Platón profundizó aún más en esta idea, entendiendo como valiosa toda conducta sujeta a los valores absolutos de la «ley natural». Como que las teorías de Platón (el mundo de las ideas, o espiritual, el mundo de las cosas, o terrenal, y el alma como elemento integrador de ambos mundos) resultaban compatibles con las propiciadas por la Iglesia, acabaron siendo integradas en el humanismo cristiano. La «ley natural» pasaba a identificarse con los diez mandamientos.
Mayor predicamento tuvo la doctrina su discípulo Aristóteles, especialmente la demostración de la existencia de dios. Cabe decir que los conceptos de»natural» y «no natural» son cambiantes con el tiempo. Aristóteles, por ejemplo, consideraba «natural» que la tierra fuera el centro del Universo.También veía como «natural» la existencia de esclavos. Consideraba «antinatural» la democracia, en tanto que «natural» la monarquía y la aristocracia. La agricultura y la caza eran actividades «naturales», en tanto que el comercio y cualquier trabajo físico, plenamente «antinatural», no debía ser practicado por los ciudadanos libres, cuya actividad «natural» más apreciada debía ser únicamente la vida contemplativa y el goce de los bienes. Para hacer el trabajo, «naturalmente», estaban los imprescindibles esclavos.
«Antinatural» o «contra natura» se emplea cuando alguien quiere señalar alguna conducta impropia. Es curioso que no se emplee en contraposición a según qué acepciones de la palabra «natural». Por ejemplo: si alguien fuera calificado de ser «hijo antinatural» o «hijo contra natura» (queriendo indicar que no era un hijo natural) es probable que no agradeciese con fervor la pretendida lisonja.
«Contra natura» es la expresión clásicamente usada para definir dos pecados graves, o sea, mortales: el de bestialidad (fornicar con animales) y el de sodomía (relación libidinosa entre personas del mismo sexo). El pecado nefando más perverso debede ser la fornicación con animales del mismo sexo, digo yo.
¿Que es perversión?
Del latín «pervertere», que significa alterar el orden de las cosas. Perverso, aplicado a personas, significa «malo» o «malicioso». Vocablos afines son: contaminar, corromper, emponzoñar, envilecer, y otras lindezas por el estilo. Las «perversiones sexuales» son aquellas conductas que, cómo no, derivan de una «inclinación sexual antinatural».
Ya estamos otra vez con las mismas: una «perversión» es algo «antinatural», entendiendo lo «natural» como lo «normal». Ahora bien, ¿qué concepto de «normalidad» hemos de emplear? Si echamos un vistazo a la historia vemos que el concepto de «normal» más utilizado ha sido siempre el de «normalidad convencional», y esto, como lo «natural» de Aristóteles ha sido cambiante con el tiempo.
La homosexualidad, por ejemplo, ha cambiado en cuanto a su concepción social. Antes era el «pecado nefando» por excelencia. De hecho, así se sigue considerando en la mayor parte de las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, mahometismo). Pero, en el contexto laico, la homosexualidad se considera una opción más o menos respetable (el más y el menos dependerá de los límites de cada cual) y legalmente reconocida.
Los límites éticos, a pesar de su aparente inmutabilidad, son cambiantes y los marca cada sociedad. Casi siempre, cada uno de nosotros los adapta a su manera de pensar. Cuando la sociedad incorpora los límites a su legislación, más que de límites éticos deberíamos hablar de límites legales.
Es fácil darse cuenta de lo relativo de la ética, cuando vemos que, en diferentes países, se sustentan éticas distintas: no es igual la ética en un país mahometano que en uno laico, por ejemplo. Ni la ética de los serbios que la de los bosnios, ni la de los budistas que la de los testigos de Jehová.
Cualquier ciencia o materia de estudio, como la sexología, debe ser neutra desde el punto de vista ético. Los avances científicos no son buenos ni malos en sí, todo depende de para qué se usen.
Algunas de las «perversiones sexuales» pueden resultar muy agradables para sus iniciados. Es posible, incluso, que no hagan mal a nadie. Ahora bien, si las leyes de un determinado país prohiben hacerlo debemos respetar este marco legal, independientemente de nuestros criterios personales.
En resumen
- La homosexualidad, desde el punto de vista estadístico, es «anormal», pero no más que la cría del canario.
- Es «antinatural» en la mayor parte de las religiones derivadas del cristianismo, del judaísmo y del islamismo. Pero existe en el mundo animal, incluso entre primates. No se considera trastorno mental por la OMS, ni por la APA (American Psychiatric Assotiation). En la APA existen secciones de psiquiatras homosexuales.
- Los médicos, como tales, no tenemos nada que decir. En el caso de que opinemos acerca de este asunto, debemos dejar claro que lo hacemos desde un punto de vista no profesional, dejando claro cuáles son nuestras escalas de valores a la hora de emitir nuestro parecer.
Licenciatura en Psicología, Universitat Oberta de Catalunya.
Título de experto en Terapia Cognitiva, Universitat Ramon Llull.
Formación específica en Hipnosis Clínica, Gabinet mèdic i psicològic Dr. Romeu.
Licenciatura en Ciencias de la Información, Publicidad y RRPP, Universitat Ramon Llull.